En La encajera podemos identificar la mano de Vermeer en su juego con la profundidad, la iluminación y los colores. Los tonos amarillos que podemos encontrar en otras de sus obras como La lechera o Dama con su criada, son los protagonistas de esta escena cotidiana considerada una de las obras maestras del autor.
Montoya no podía dejar de reproducir esta obra, de la que Renoir dijo que era el cuadro más bello del mundo. Utilizando de manera soberbia el pointillé, consigue que la luz realce todos los detalles de los diversos materiales que se escenifican en esta pintura.